Pensar el 12 de octubre
El 12 de octubre
ha pasado como una fecha en la que se conmemoraron diversas situaciones,
acomodándose el calendario según diferentes conveniencias y momentos
históricos.
Desde hace un
tiempo, apenas unos años, se ha transformado –arbitrariamente- en una fecha
pensada para reflexionar sobre la diversidad cultural. Pero como historiador
cabe preguntarse cuál es el sentido que la misma debería tener, o no.
Hoy en día algunos
festejan la hispanidad, otros lloran la conquista de América y presentan el 11
de octubre como último día de libertad de los pueblos indígenas.
En este escrito
trataremos de plantear algunas problemáticas en torno a este tipo de
conmemoraciones.
Para ello viene
bien recordar que este 12 de octubre el Ayuntamiento de Madrid (lo que equivale
a la municipalidad) amaneció cruzada con la bandera de los pueblos originarios.
Muchos en la
ciudad se quejaron porque sintieron que se perdía el espíritu de la hispanidad.
En mi caso, no me parece descabellado que los mismos representantes del
Ayuntamiento hayan decidido homenajear a los pueblos nativos ya que la misma
hispanidad se terminó configurando con sus aportes.
Creo que es un
buen comienzo para plantear miradas superadoras que acaben con las
confrontaciones tortuosas que se centran en la puja de visiones unívocas, poco
pensantes y generalmente violentas.
Argumentos cruzados, imperialismos y complejidad
Pensar en el
último día de libertad de los pueblos originarios es tan poco feliz como
plantear la fecha como el día de la raza.
Claro que hacerlo
invocando los millones de indígenas muertos durante el proceso de conquista y
dominación destacando la maldad de los españoles es una visión tentadora y
aparentemente justiciera que pareciera hacer honor a los pueblos originarios,
pero en realidad es una simplificación de buenos-malos
basada en un recorte pobre y muy poco problematizador desde lo conceptual y
absolutamente limitado desde la visión de la historia que pretende defender.
Eso sí, queda bien y parece políticamente correcto, pero implica una visión tan
maniqueísta como la que pretende reemplazar.
Plantear que
murieron millones de personas en el proceso no es descabellado, es una verdad,
pero no tan absoluta como se piensa…
Si bien la cifra
que se plantea –sea de 55 u 80 millones- siquiera amerita ser puesta en
discusión, tampoco se puede decir que la conquista de América tuvo las mismas
características en todo el continente, ni que los protagonistas fueron los
mismos. De hecho, si Hernán Cortez pudo conquistar a los Aztecas y Pizarro a
los Incas, fue porque se trataba de imperios centralizados a los que bastaba
con descabezar a sus monarcas.
Hablar de
imperios significa explicitar que se trataba de sociedades en las cuales un
grupo minoritario subyugaba y esclavizaba a sus vecinos para explotarlos,
apropiarse de su excedente y, muchas veces, sacrificarlos a sus dioses. Así que
no, no se trataba de buenos samaritanos que corrían libres y felices por sus tierras
rodeados de un halo de amor y compasión. Una mirada semejante es
simplificadora, parcial y poco ajustada a la realidad.
Decir que hay un
último día de libertad de los pueblos originarios también es una simplificación
que no hace honor a la verdad…No hay que olvidar que estaban los otros, los pueblos sojuzgados que
ayudaron a los conquistadores a acabar con quienes los esclavizaban y mataban.
Esos sí fueron víctimas de varias conquistas, las de los indígenas
imperialistas y a veces de los españoles. Digo a veces, porque en algunos casos lograron su libertad casi absoluta
en el proceso, tal ha sido el caso de los Tlaxcaltecas.
La Patagonia como excepción
Además de pensar
los hechos en su contexto histórico, también debe haber una salvedad
geográfica: en la Patagonia las cosas fueron muy diferentes.
La visión de los
españoles asesinos e imperialistas no tiene lugar en un relato semejante, ya
que luego de un intento aislado y frustrado de ampliar fronteras en 1770, la
corona española aplicó una sola política para los originarios de éstas tierras:
acariciar y regalar era la consigna.
Tal vez por temor
a la bravura de los tehuelches y mucho por conveniencia, los españoles
decidieron que los pueblos de la zona deberían ser, sin excepción, sus aliados
y fue de ésta manera que se configuró su relación.
Si no hubiera
sido por los indígenas costeros los establecimientos españoles no hubieran
sobrevivido y si no fuera por los españoles no se hubiera comido tanto choique en las tolderías, ya que la
introducción del caballo dinamizó los desplazamientos y la forma de vida de los
locales.
Obviamente no
todo fueron rosas en la relación, pero una cosa es segura: los locales y los
foráneos se llevaban muy bien porque comerciaban, cazaban juntos e
intercambiaban esclavos comprando y vendiendo personas… No había santos
inocentes en ésta Patagonia, como no los había en casi ningún rincón de
América.
Decidir que los
españoles (o los blancos) eran malos también suele tener un sustento que no
encuentra su origen en la historia de la complejidad americana, sino en la
dispar relación de fuerzas: los extranjeros (sean españoles, ingleses,
franceses, holandeses o portugueses) poseían una armamento avanzado en
comparación con lo poco pertrechados que estaban los indígenas.
La superioridad tecnológica
Este tipo de
argumento contribuye a distorsionar varias cuestiones. Si bien es lógico suponer que quien tiene un
armamento superior lleva las de ganar en un combate, la inferioridad no
convierte automáticamente en bueno a quien tiene menos recursos para
defenderse. Lamentablemente esta línea argumentativa se suele aplicar hoy para
simplificar situaciones complejas que se suelen dar en otros lados del mundo.
Más de una vez he
escuchado que los combatientes de Hamás que se encuentran en la franja de Gaza
que tiran cohetes caseros contra los asentamientos judíos son mejores personas
que los israelíes que tienen drones y misiles más precisos. El argumento convierte a los asesinos de Hamás
en buenas personas porque su poder de
fuego es menor que su enemigo. Dejando de lado la complejidad de la región, la
diversidad política israelí, la existencia de Al Fatah y la situación de la Autoridad
Palestina (cuyos miembros fueron masacrados por Hamás y ejecutados sin piedad
en 2007).
Los que tienen
menos fuerza de combate no son buenos per
se, sólo tienen menor poder de fuego y generalmente llevan las de perder. Se
trata de cosas bien diferentes.
Al rescate de las culturas… ¿Cuáles?
Así como estaban
equivocados quienes planteaban el día de la raza como hito civilizatorio es
posible que quienes reivindiquen las culturas originarias en su forma pura no
encuentren argumentos muy atinados, al menos si se observan a partir de la
dinámica de la Historia.
Preservar las
culturas indígenas congelando la mirada en el 11 de octubre de 1492 es más o
menos equivalente a defender la España de la inquisición.
No importando en
cual cultura nos centremos, la mirada reivindicatoria estará situada en
sociedades medievales injustas y desiguales sin importar quien reine en ellas
ni de qué lado del Atlántico se encuentren.
Los tiempos y el
contacto mutuo han dinamizado las diversas culturas adecuándolas y
dirigiéndolas, de a poco, a valores más universales, poniendo en jaque las
miradas centradas en el relativismo cultural.
Hoy en día hay
prácticas culturales que no resultan aceptables porque se han establecido una
serie de consensos que terminaron de cobrar forma (o letra) en la Declaración
de Derechos de 1948 en la que se condena cualquier forma de esclavitud,
maltrato y atropello hacia las personas.
Soy descendiente
de españoles, de italianos insulares (con una abuela de rasgos bien africanos, lo
que coloca una parte de mis ancestros en manos del Imperio Otomano), así como
de hunos, quienes entraron en Europa y atropellaron al decadente Imperio Romano
arrasando a sangre y fuego y violando todo lo que encontraban a su paso. ¿A cuál
cultura debería reivindicar? ¿A los españoles, quienes fueron dominados por 500
años por los moros? ¿A los romanos imperialistas que esclavizaron casi toda
Europa y parte de África y Asia Menor? ¿A los árabes que pasaron a cuchillo a
los europeos? ¿A los hunos incendiarios y violadores? Tal vez no sea muy
adecuado reivindicar la integridad de esas culturas… sino lo que quedó de bueno
de las mismas y al poder transformador de sus contactos con los otros.
Pensar en
culturas estáticas requiere seguir respetando las jerarquías medievales basadas
en la injusticia social, en el poder de la guerra, en el sacrificio humano, la
violencia y la desigualdad de género. Hoy los fanáticos del ISIS reivindican
casi lo mismo en otro lugar: la instalación de un califato medieval en el cual
quien cree algo de manera diferente u adora a otro Dios, o al mismo de manera
diferente, es decapitado, arrojado desde un edificio, esclavizado o sufre una
suerte aún peor.
Tal vez sea más
pertinente pensar en culturas dinámicas que, más allá de los caminos más o
menos tortuosos que tomaron (o fueron obligados a tomar), se transformaron y
contribuyeron a enriquecer la diversidad con sus artes, con algunas costumbres,
culinaria, lengua y respeto a la naturaleza.
No se puede
reivindicar lo propio rechazando lo ajeno sembrando una confrontación cultural
sin sentido que no contribuye más que a la violencia e intolerancia.
Ciertas
reivindicaciones se suelen hacer desvalorizando lo ajeno para rechazar al otro
con una mirada que echa culpas y valores negativos de manera hereditaria e
inamovible: si algunos descienden de quienes son considerados genocidas y se
convierten en herederos de esa negatividad, todo el esfuerzo para rescatar lo
diferente será en vano.
En muchos ámbitos
se juzga a las personas por cómo se refieren a los pueblos originarios… que si
son indígenas, aborígenes, indios, nativos; que si son o no originarios, que si
estaban antes que el otro, etc. Por más que algunos afirmen que deben ser
llamados de tal o cual manera, cualquier nominación será arbitraria y estará
bien o mal según la intención y el trato real al que se lo someta y no
necesariamente por la nominación. En Uruguay y en Norteamérica los nativos desean
ser llamados –con orgullo- indios, en otro, pueblos originarios y por ahí vamos…
No existe una unicidad ya que la variedad es muy rica.
Lo único
importante es que se trate al otro con respeto más allá de cómo se lo llame.
Son –somos- personas, seres humanos. Así debemos de tratarnos.
Como saltar el escollo
Es por ello que a
esta altura de las circunstancias es bueno pensar de una manera que supere las visiones
contrapuestas y cargadas de prejuicios y perjuicios, mirando con buenos ojos la
bandera indígena enarbolada en el Ayuntamiento de Madrid, celebrando la
diversidad de las culturas, pero encaminándolas hacia valores más universales
que no opaquen las particularidades que construyen e identifican.
La Patagonia es
un buen ejemplo de ello, aquí las cosas eran diferentes que en el Méjico de
Cortes o de las minas de Potosí. La
relación solía ser más simbiótica, solidaria e interesante, como cuando los
Tehuelches salían a cazar junto a los españoles en la población de
Floridablanca, allá por 1780, dejando a los niños y a las mujeres acampando al
resguardo del fuerte que habían levantado los visitantes.
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