Texto publicado en la Revista Candelario
publicación independiente de Puerto Madryn
Balance de fin de año: territorios en pugna
El año 2014 ha sido
prolífero en novedades y noticias que afectan no solamente a los argentinos
sino también al resto del mundo: la instauración del Estado Islámico en Siria e
Irak, el conflicto en Gaza e Israel, la cuestión ucraniana, la reciente
publicación del informe sobre torturas de la CIA, y los ataques en Pakistán,
Nigeria, Canadá y Australia han sido los destaques de un año cuanto menos
movido.
Argentina también tuvo
lo suyo: la cuestión de los holdouts
(conocidos nacionalmente como fondos buitre), los cruces del ejecutivo con la
justicia, las leyes express aprobadas
en el congreso, las revelaciones sobre la llamada “ruta del dinero K”, los
procesos a Boudou y las recientes revelaciones del ex represor Barreiro sobre
las fosas comunes, han sido, como mínimo, destaques más que importantes de un
cierre de año. Hoy nos detendremos en una cuestión nacional que, presente en
este 2014, movilizó los nacionalismos y trascendió fronteras: el reclamo sobre
las Malvinas.
Cabe aclarar que no se
realizará una arqueología sobre el reclamo. Esta nota se centrará en un aspecto
polémico que no se ha debatido lo suficiente: la invención de una tradición y
el uso político del reclamo sobre un territorio en pugna.
¿Una tradición inventada?
Tal
vez es hora de preguntarse si todo lo que sabemos de Malvinas se basa en hechos
históricos y comprobables, ya que, todo parece indicarlo, se trataría de un
caso más de invención de un relato nacional que nos ha sumergido no solamente
en la locura de una guerra salvaje e injustificada, sino que nos ubica de una
manera muy discutible en el escenario internacional y, por contrapartida, en
una lógica no carente de violencia, que permea nuestros sentimientos más
íntimos.
¿Qué
sucedería si uno, como historiador, le tuviera que decir a un excombatiente que
arriesgó su vida, sufrió y vio morir a sus compañeros como consecuencia de que
nuestro Estado alimentó por años una serie de discursos en su mayoría
inventados y carentes de fundamento? ¿O tuviera que explicarles a sus hijos que
su padre, aquel que peleó en las islas, fue víctima de una trama discursiva
inventada?
Tal
vez podamos hacer un ejercicio al respecto invitando al lector a recordar el
primer momento en que escuchó el nombre Malvinas: ¿Fue en la escuela? ¿Tal vez
en la televisión o la radio? O aún más… ¿En qué contexto lo escuchamos ahora?
Ya
hemos oído que las Malvinas son argentinas, que nos pertenecen por estar dentro
de nuestra plataforma continental, que las heredamos cuando luchamos contra los
españoles, que los ingleses se las apropiaron, que las hemos reclamado
permanentemente.
Todos
parecen planteos razonables y más o menos indiscutibles, pero si comenzamos a
pensar retrospectivamente y buscamos en la Historia los momentos y los hechos en
que se basan, el panorama comienza a cambiar su colorido, pasando de blancos y
negros a grises extraños.
¿Sería
lícito platear que el sentimiento de nuestro pueblo sobre un territorio añorado
se basa en una serie concatenada de pequeñas distorsiones? La respuesta que
surge luego de una revisión mínimamente seria y documentada dice que sí.
Varios
historiadores argentinos han abordado esta temática de formas variadas. Los más
serios y honestos hablan de esta cuestión de forma directa a riesgo de ser
calificados como traidores a la patria. Los más prudentes se refieren a hallazgos
estrictamente documentales mientras que la gran mayoría evita entrar en cualquier
discusión al respecto.
Lamentablemente,
lo que más abunda es una escritura de la historia que toma el reclamo nacional
sobre el archipiélago y aprovecha de forma torpe los subsidios estatales para
reproducir el reclamo e historiarlo de manera aparentemente objetiva.
La utilización política del reclamo
No es
verdad que siempre hayamos reclamado Malvinas. Así como esta afirmación
rescatada por la nueva Historia Oficial, muchas de las cuestiones que se
plantean como reclamos soberanos se basan en una serie de historias hilvanadas sin
bases documentales o científicas (por no decir falsas).
Unir a
los habitantes de la Nación bajo una causa común no es una originalidad
nacional ni tampoco una novedad, es una forma de realpolitik bastante dislocada.
Lo indiscutible es que hoy en día tiene sus réditos, así como los tuvo
para el gobierno militar de 1982.
La
década kirchnerista ha sido prolífera al lograr instalar, mediante
negociaciones bilaterales, la cuestión de Malvinas en la agenda internacional:
muchos países latinoamericanos y otros de ultramar han manifestado su voluntad
de fomentar un diálogo entre Argentina y el Reino Unido.
En el
ámbito nacional se ha pasado de sugerir el tema a conminarnos a acompañar el
reclamo oficial: han surgido leyes que directamente nos obligan a ser patriotas. Ya no se recurre al sistema educativo, los
medios de comunicación y la Constitución Nacional para instaurar el reclamo
malvinense; en noviembre se aprobó la ley que obliga a instalar un cartel con
la leyenda “Las Malvinas son argentinas” en los subtes, trenes, colectivos y aviones del
país (también se colocará en aeropuertos, a la vista de todos los
arribos).
La falta de coherencia
En
contrapartida, la política efectiva de los últimos años (la real y verdadera) ha
cedido, a pesar del reclamo rimbombante, una serie de concesiones económicas
importantes a Gran Bretaña.
Basta
con hojear el libro “Malvinas, Biografia de la Entrega”, de
César Augusto Lerena, para ver cómo el discurso sobre la soberanía de las islas
es sólo un discurso: defendemos la soberanía de las Islas pero entregamos
nuestro patrimonio a los ingleses. Hablamos en contra del imperialismo pero
hacemos leyes a medida de las empresas multinacionales. Se aprueban leyes entre gallos y medianoche
pero muchos proyectos soberanos quedan dormidos en comisiones que nunca se
reúnen.
Nuestros políticos se
rasgan las vestiduras del reclamo malvinense orientado al habitante de la
nación mientras entregan nuestra soberanía pesquera e hidrocarburífera a
espaldas de la gente, haciéndola partícipe de un nivel de violencia inusitada
que permea las instituciones del Estado y a la sociedad como un todo.
Causa nacional, violencia nacional
Desconociendo las
mínimas reglas del decoro diplomático también cometemos, como nación, actos de torpeza
que nos hacen pensar seriamente si el objetivo real del reclamo es una simple puesta
en escena.
Las observaciones
despectivas e insultantes que nuestros representantes realizan públicamente
sobre sus pares británicos nos coloca en el incómodo lugar de la vergüenza
internacional.
Los improperios de
Timmerman y de la embajadora en Londres Alicia Castro, quien calificó a David
Cameron de "tonto, ineficaz y bobo", no dejan bien parado a nuestro
país en un contexto en que sus dichos representan, formalmente, la opinión y la
política argentina.
No es serio
pensar que insultando a nuestros interlocutores a los ojos de la comunidad
internacional tendremos algún tipo de posibilidad real de efectivizar un
reclamo soberano sobre el archipiélago.
La política
de no diálogo con los kelpers, habitantes fijos de las islas, tampoco
contribuye en este sentido, ya que por un lado nos mostramos preocupados por su
inclusión nacional, pero por el otro, les negamos la voz en la discusión.
Pero
cuestiones aún más desesperanzadoras surgen a la hora de contextualizar el
mismo reclamo de Alicia Castro respecto de la discutible provocación de los
realizadores del programa Top Gear, quienes recorrieron parte del país con una
supuesta patente insultante que hacía referencia al conflicto de 1982, año en el
cual formalmente, y según la mirada inglesa, invadimos las islas.
Más allá de
que pueda ser cierta la provocación, no es acertado, bajo ningún punto de
vista, apedrear y violentar a los supuestos provocadores y, menos aún,
expulsarlos.
Pero lo más
extraño es el ADN político presente en las palabras del Secretario de Derechos
Humanos de Tierra del Fuego, quien justificó el accionar vandálico de los
connacionales diciendo que los ingleses vinieron a provocar.
En este
caso el escenario pasa por un represetante formal del Estado Nacional quien en
vez de defender los Derechos Humanos justifica la violación de los mismos.
Casi nadie
se percató de esta irresponsabilidad ética, política y ciudadana en la que cayó
un supuesto defensor de los derechos de la gente (lo que hace pensar que los de
Top Gear no entran en dicha categoría).
Lo peor de
todo es que no deja de ser una gota más en el océano violento de falta de
respeto que ejercen los representantes del poder ciudadano contra todos
aquellos que piensen diferente o no compartan las posturas de los plutócratas
que comandan los destinos nacionales.
Reveer el reclamo a la luz de las realidades
A esta
altura la cuestión de Malvinas debería ser revisada, al menos, a partir de tres
ópticas complementarias:
a) la
pertinencia del reclamo histórico, que debe rever las distorsiones dogmáticas
en las que se basa;
b) la cuestión
del derecho internacional basada en una política coherente que defienda la
territorialidad más allá de los discursos, y
c) el respeto
total a las investiduras y a los actores que se encuentran involucrados en las
negociaciones: los ingleses, los kelpers, las empresas a las que prácticamente
les regalamos el patrimonio nacional y el propio pueblo argentino, quien ha
sido víctima de todo tipo de construcciones discursivas basadas en tradiciones
inventadas.
Pero bueno,
esto significaría dejar de mentir y de engañar a la gente, lo cual no parece ir
de la mano con los modelos de gestión de nuestra cultura política.
Bruno Sancci