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jueves, 20 de mayo de 2010

La revolución de mayo: una visión desde la Patagonia de entonces


La revolución de mayo es uno de los hitos más importantes de nuestro país, ocupando un importante lugar dentro de la configuración de nuestra nacionalidad.  Mucho se ha dicho sobre los acontecimientos de la semana de mayo y se han creado controversias interesantes; algunos afirman que de revolución no tuvo nada, ya que se trató de un cambio de poder.  Otros afirman que nunca existió el deseo independista en una fecha tan temprana ya que la Primera Junta había jurado fidelidad al monarca español Fernando VII.
Más allá de los relatos centrados en la magnanimidad de los héroes de mayo, del ocultamiento de documentos y de la censura que hace cien años sufrieron las cartas de un San Martín demasiado humano como para sustentarse en el bronce, se ha llegado a un consenso social, construido a posteriori, acerca de los sucesos de mayo.  En este contexto, es pertinente decir que hoy la revolución es festejada, no en base a cómo se dio en su momento, sino a cómo se la ha representado socialmente durante los últimos cien años.
Pocos recuerdan que, si bien los hechos de la semana de mayo sucedieron en Bueno Aires, el Virreinato del Río de la Plata comprendía una vastedad geográfica que iba más allá de lo que en la actualidad es Argentina: parte de lo que es hoy Bolivia, Paraguay y Uruguay se vieron sometidos a los designios políticos del cabildo abierto convocado por Cisneros, que sería depuesto tanto por criollos como por ciudadanos españoles.
En cuanto a la extensión geográfica que fue afectada por las decisiones, es difícil decir que lo que actualmente es la Patagonia, participó inmediatamente de los sucesos que se desencadenaron en mayo.  Cabe recordar que en éstas latitudes sólo existían dos poblaciones españolas: Carmen de Patagones y el fuerte San José.  Ambas fundadas en el marco de un intento colonizador que cobró forma en 1779 y que vio nacer y morir a la población de Floridablanca (a unos pasos de San Julián) y a un establecimiento subsidiario en Puerto Deseado.
En 1810, el fuerte San José, fundado por Juan de la Piedra en enero de 1779, era el destacamento habitado más austral de la Patagonia y dependía administrativamente de Carmen de Patagones.  La Primera Junta ordenó el levantamiento del fuerte por considerar inútil y costoso su mantenimiento; pero la orden nunca llegó a cumplirse...
Mientras en Buenos Aires se sucedían los procesos que años más tarde acabarían decidiendo la independencia, en Carmen de Patagones y en San José pasaban cosas muy diferentes.  Es menester aclarar que Patagones originalmente había sido poblada por familias traídas de España para tal fin y que, luego de emplazado el fuerte, fue creciendo y recibiendo una gran variedad de personas que por distintos motivos acababan recalando en el lugar: soldados, marinos, agricultores, presos, desertores, indígenas, sacerdotes, esclavos y desterrados.  Con el correr de los años, el lugar se había convertido en un importante centro de intercambio con las poblaciones nativas y receptor del ganado que se robaba en los malones que se daban en las  poblaciones bonaerenses.
El fuerte San José era un destacamento militar que vigilaba la costa, comerciaba con los nativos y enviaba la sal que se extraía en la Península de Valdés; lugar en el cual se cultivaron algunas hortalizas y en cuyos pastizales se criaron centenas de cabezas de ganado.
Mientras en Buenos Aires ni siquiera se preocupaban en conocer lo que había en estas tierras, la presencia de los españoles representó, con el tiempo, un hito importante y muy diferente a las conocidas conquistas que arrollaron a los Aztecas e Incas.  Ya en 1770 la corona española había fracasado en una expedición comandada para reducir a los habitantes de la Patagonia y decidió que la mejor manera de tratar con los nativos sería la efectivización de una política de buena vecindad y de intercambio comercial.
Lejos de los procesos revolucionarios, las cuestiones locales tenían su propia dinámica y, como tal, se desarrollaron.  En el fuerte San José nunca se llegaron a enterar que el virreinato tenía una nueva conducción, ya que ningún barco venido de Buenos Aires tocó puerto para informar los acontecimientos.
Fue así que, en agosto de 1810, sin saber que su desmantelamiento había sido ordenado por la Primera Junta, el fuerte fue atacado y destruido por quienes habían sido sus aliados: los nativos.  Las versiones sobre la destrucción son varias, y no del todo coincidentes.  Algunos culparon al comandante del fuerte de Patagones, quien compró una esclava indígena para su uso personal y no pagó el precio debido y, cuando una comitiva fue a reclamar por la transacción humilló a un cacique, quien se vengó donde podía: en una guarnición más pequeña difícil de defender.  Otros dijeron que los nativos reaccionaron ante las injusticias cometidas por los españoles durante su presencia en el lugar.  No se puede descartar del todo que algunas tribus se hubieran enterado de los sucesos de mayo y suponían que desde Buenos Aires nadie defendería a soldados españoles.
Cornelio Saavedra terminó recibiendo a cinco de los sobrevivientes que habían podido escapar luego de matar a sus captores y, paradójicamente, les reconoció los servicios prestados a la corona española con un premio.
En cuanto a Carmen de Patagones, la revolución de mayo significó años de pobreza y desolación, dado que los militares mandados por la Junta aprovecharon su autoridad para confiscar y robar el ganado y el fruto del esfuerzo de más de treinta años de trabajo de los habitantes del lugar, para, luego, terminar viviendo en las tolderías y ser perseguidos por el ejército. 
La revolución de mayo no significó, para la Patagonia de aquel entonces, una buena noticia.
Tal vez es pertinente comenzar a revisar las cuestiones históricas que festejamos, ya que, sin invalidar la legitimidad de una serie de sucesos que terminarían en la independencia, podemos aprovechar el entusiasmo y profundizar sobre las raíces y los orígenes de un proceso complejo que nos terminará marcando con una historia e idiosincrasias propias.