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martes, 8 de noviembre de 2016

Pensar el 12 de octubre

Pensar el 12 de octubre

El 12 de octubre ha pasado como una fecha en la que se conmemoraron diversas situaciones, acomodándose el calendario según diferentes conveniencias y momentos históricos.
Desde hace un tiempo, apenas unos años, se ha transformado –arbitrariamente- en una fecha pensada para reflexionar sobre la diversidad cultural. Pero como historiador cabe preguntarse cuál es el sentido que la misma debería tener, o no.
Hoy en día algunos festejan la hispanidad, otros lloran la conquista de América y presentan el 11 de octubre como último día de libertad de los pueblos indígenas.
En este escrito trataremos de plantear algunas problemáticas en torno a este tipo de conmemoraciones.
Para ello viene bien recordar que este 12 de octubre el Ayuntamiento de Madrid (lo que equivale a la municipalidad) amaneció cruzada con la bandera de los pueblos originarios.
Muchos en la ciudad se quejaron porque sintieron que se perdía el espíritu de la hispanidad. En mi caso, no me parece descabellado que los mismos representantes del Ayuntamiento hayan decidido homenajear a los pueblos nativos ya que la misma hispanidad se terminó configurando con sus aportes.
Creo que es un buen comienzo para plantear miradas superadoras que acaben con las confrontaciones tortuosas que se centran en la puja de visiones unívocas, poco pensantes y generalmente violentas.

Argumentos cruzados, imperialismos y complejidad
Pensar en el último día de libertad de los pueblos originarios es tan poco feliz como plantear la fecha como el día de la raza.
Claro que hacerlo invocando los millones de indígenas muertos durante el proceso de conquista y dominación destacando la maldad de los españoles es una visión tentadora y aparentemente justiciera que pareciera hacer honor a los pueblos originarios, pero en realidad es una simplificación de buenos-malos basada en un recorte pobre y muy poco problematizador desde lo conceptual y absolutamente limitado desde la visión de la historia que pretende defender. Eso sí, queda bien y parece políticamente correcto, pero implica una visión tan maniqueísta como la que pretende reemplazar.
Plantear que murieron millones de personas en el proceso no es descabellado, es una verdad, pero no tan absoluta como se piensa…
Si bien la cifra que se plantea –sea de 55 u 80 millones- siquiera amerita ser puesta en discusión, tampoco se puede decir que la conquista de América tuvo las mismas características en todo el continente, ni que los protagonistas fueron los mismos. De hecho, si Hernán Cortez pudo conquistar a los Aztecas y Pizarro a los Incas, fue porque se trataba de imperios centralizados a los que bastaba con descabezar a sus monarcas. 
Hablar de imperios significa explicitar que se trataba de sociedades en las cuales un grupo minoritario subyugaba y esclavizaba a sus vecinos para explotarlos, apropiarse de su excedente y, muchas veces, sacrificarlos a sus dioses. Así que no, no se trataba de buenos samaritanos que corrían libres y felices por sus tierras rodeados de un halo de amor y compasión. Una mirada semejante es simplificadora, parcial y poco ajustada a la realidad.
Decir que hay un último día de libertad de los pueblos originarios también es una simplificación que no hace honor a la verdad…No hay que olvidar que estaban los otros, los pueblos sojuzgados que ayudaron a los conquistadores a acabar con quienes los esclavizaban y mataban. Esos sí fueron víctimas de varias conquistas, las de los indígenas imperialistas y a veces de los españoles. Digo a veces, porque en algunos casos lograron su libertad casi absoluta en el proceso, tal ha sido el caso de los Tlaxcaltecas.

La Patagonia como excepción
Además de pensar los hechos en su contexto histórico, también debe haber una salvedad geográfica: en la Patagonia las cosas fueron muy diferentes.
La visión de los españoles asesinos e imperialistas no tiene lugar en un relato semejante, ya que luego de un intento aislado y frustrado de ampliar fronteras en 1770, la corona española aplicó una sola política para los originarios de éstas tierras: acariciar y regalar era la consigna.
Tal vez por temor a la bravura de los tehuelches y mucho por conveniencia, los españoles decidieron que los pueblos de la zona deberían ser, sin excepción, sus aliados y fue de ésta manera que se configuró su relación.
Si no hubiera sido por los indígenas costeros los establecimientos españoles no hubieran sobrevivido y si no fuera por los españoles no se hubiera comido tanto choique en las tolderías, ya que la introducción del caballo dinamizó los desplazamientos y la forma de vida de los locales.
Obviamente no todo fueron rosas en la relación, pero una cosa es segura: los locales y los foráneos se llevaban muy bien porque comerciaban, cazaban juntos e intercambiaban esclavos comprando y vendiendo personas… No había santos inocentes en ésta Patagonia, como no los había en casi ningún rincón de América.
Decidir que los españoles (o los blancos) eran malos también suele tener un sustento que no encuentra su origen en la historia de la complejidad americana, sino en la dispar relación de fuerzas: los extranjeros (sean españoles, ingleses, franceses, holandeses o portugueses) poseían una armamento avanzado en comparación con lo poco pertrechados que estaban los indígenas.

La superioridad tecnológica
Este tipo de argumento contribuye a distorsionar varias cuestiones.  Si bien es lógico suponer que quien tiene un armamento superior lleva las de ganar en un combate, la inferioridad no convierte automáticamente en bueno a quien tiene menos recursos para defenderse. Lamentablemente esta línea argumentativa se suele aplicar hoy para simplificar situaciones complejas que se suelen dar en otros lados del mundo.
Más de una vez he escuchado que los combatientes de Hamás que se encuentran en la franja de Gaza que tiran cohetes caseros contra los asentamientos judíos son mejores personas que los israelíes que tienen drones y misiles más precisos.  El argumento convierte a los asesinos de Hamás en buenas personas porque su poder de fuego es menor que su enemigo. Dejando de lado la complejidad de la región, la diversidad política israelí, la existencia de Al Fatah y la situación de la Autoridad Palestina (cuyos miembros fueron masacrados por Hamás y ejecutados sin piedad en 2007).
Los que tienen menos fuerza de combate no son buenos per se, sólo tienen menor poder de fuego y generalmente llevan las de perder. Se trata de cosas bien diferentes.

Al rescate de las culturas… ¿Cuáles?
Así como estaban equivocados quienes planteaban el día de la raza como hito civilizatorio es posible que quienes reivindiquen las culturas originarias en su forma pura no encuentren argumentos muy atinados, al menos si se observan a partir de la dinámica de la Historia.
Preservar las culturas indígenas congelando la mirada en el 11 de octubre de 1492 es más o menos equivalente a defender la España de la inquisición.
No importando en cual cultura nos centremos, la mirada reivindicatoria estará situada en sociedades medievales injustas y desiguales sin importar quien reine en ellas ni de qué lado del Atlántico se encuentren.
Los tiempos y el contacto mutuo han dinamizado las diversas culturas adecuándolas y dirigiéndolas, de a poco, a valores más universales, poniendo en jaque las miradas centradas en el relativismo cultural.
Hoy en día hay prácticas culturales que no resultan aceptables porque se han establecido una serie de consensos que terminaron de cobrar forma (o letra) en la Declaración de Derechos de 1948 en la que se condena cualquier forma de esclavitud, maltrato y atropello hacia las personas.
Soy descendiente de españoles, de italianos insulares (con una abuela de rasgos bien africanos, lo que coloca una parte de mis ancestros en manos del Imperio Otomano), así como de hunos, quienes entraron en Europa y atropellaron al decadente Imperio Romano arrasando a sangre y fuego y violando todo lo que encontraban a su paso. ¿A cuál cultura debería reivindicar? ¿A los españoles, quienes fueron dominados por 500 años por los moros? ¿A los romanos imperialistas que esclavizaron casi toda Europa y parte de África y Asia Menor? ¿A los árabes que pasaron a cuchillo a los europeos? ¿A los hunos incendiarios y violadores? Tal vez no sea muy adecuado reivindicar la integridad de esas culturas… sino lo que quedó de bueno de las mismas y al poder transformador de sus contactos con los otros.
Pensar en culturas estáticas requiere seguir respetando las jerarquías medievales basadas en la injusticia social, en el poder de la guerra, en el sacrificio humano, la violencia y la desigualdad de género. Hoy los fanáticos del ISIS reivindican casi lo mismo en otro lugar: la instalación de un califato medieval en el cual quien cree algo de manera diferente u adora a otro Dios, o al mismo de manera diferente, es decapitado, arrojado desde un edificio, esclavizado o sufre una suerte aún peor.
Tal vez sea más pertinente pensar en culturas dinámicas que, más allá de los caminos más o menos tortuosos que tomaron (o fueron obligados a tomar), se transformaron y contribuyeron a enriquecer la diversidad con sus artes, con algunas costumbres, culinaria, lengua y respeto a la naturaleza.
No se puede reivindicar lo propio rechazando lo ajeno sembrando una confrontación cultural sin sentido que no contribuye más que a la violencia e intolerancia.
Ciertas reivindicaciones se suelen hacer desvalorizando lo ajeno para rechazar al otro con una mirada que echa culpas y valores negativos de manera hereditaria e inamovible: si algunos descienden de quienes son considerados genocidas y se convierten en herederos de esa negatividad, todo el esfuerzo para rescatar lo diferente será en vano.
En muchos ámbitos se juzga a las personas por cómo se refieren a los pueblos originarios… que si son indígenas, aborígenes, indios, nativos; que si son o no originarios, que si estaban antes que el otro, etc. Por más que algunos afirmen que deben ser llamados de tal o cual manera, cualquier nominación será arbitraria y estará bien o mal según la intención y el trato real al que se lo someta y no necesariamente por la nominación. En Uruguay y en Norteamérica los nativos desean ser llamados –con orgullo- indios, en otro, pueblos originarios y por ahí vamos… No existe una unicidad ya que la variedad es muy rica.
Lo único importante es que se trate al otro con respeto más allá de cómo se lo llame. Son –somos- personas, seres humanos. Así debemos de tratarnos.

Como saltar el escollo
Es por ello que a esta altura de las circunstancias es bueno pensar de una manera que supere las visiones contrapuestas y cargadas de prejuicios y perjuicios, mirando con buenos ojos la bandera indígena enarbolada en el Ayuntamiento de Madrid, celebrando la diversidad de las culturas, pero encaminándolas hacia valores más universales que no opaquen las particularidades que construyen e identifican.

La Patagonia es un buen ejemplo de ello, aquí las cosas eran diferentes que en el Méjico de Cortes o de las minas de Potosí.  La relación solía ser más simbiótica, solidaria e interesante, como cuando los Tehuelches salían a cazar junto a los españoles en la población de Floridablanca, allá por 1780, dejando a los niños y a las mujeres acampando al resguardo del fuerte que habían levantado los visitantes.