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miércoles, 4 de marzo de 2015

Las Malvinas. ¿Un territorio inventado o una forma de realpolitik?


Texto publicado en la Revista Candelario
publicación independiente de Puerto Madryn

Balance de fin de año: territorios en pugna
El año 2014 ha sido prolífero en novedades y noticias que afectan no solamente a los argentinos sino también al resto del mundo: la instauración del Estado Islámico en Siria e Irak, el conflicto en Gaza e Israel, la cuestión ucraniana, la reciente publicación del informe sobre torturas de la CIA, y los ataques en Pakistán, Nigeria, Canadá y Australia han sido los destaques de un año cuanto menos movido.
Argentina también tuvo lo suyo: la cuestión de los holdouts (conocidos nacionalmente como fondos buitre), los cruces del ejecutivo con la justicia, las leyes express aprobadas en el congreso, las revelaciones sobre la llamada “ruta del dinero K”, los procesos a Boudou y las recientes revelaciones del ex represor Barreiro sobre las fosas comunes, han sido, como mínimo, destaques más que importantes de un cierre de año. Hoy nos detendremos en una cuestión nacional que, presente en este 2014, movilizó los nacionalismos y trascendió fronteras: el reclamo sobre las Malvinas.
Cabe aclarar que no se realizará una arqueología sobre el reclamo. Esta nota se centrará en un aspecto polémico que no se ha debatido lo suficiente: la invención de una tradición y el uso político del reclamo sobre un territorio en pugna.

¿Una tradición inventada?
Tal vez es hora de preguntarse si todo lo que sabemos de Malvinas se basa en hechos históricos y comprobables, ya que, todo parece indicarlo, se trataría de un caso más de invención de un relato nacional que nos ha sumergido no solamente en la locura de una guerra salvaje e injustificada, sino que nos ubica de una manera muy discutible en el escenario internacional y, por contrapartida, en una lógica no carente de violencia, que permea nuestros sentimientos más íntimos.
¿Qué sucedería si uno, como historiador, le tuviera que decir a un excombatiente que arriesgó su vida, sufrió y vio morir a sus compañeros como consecuencia de que nuestro Estado alimentó por años una serie de discursos en su mayoría inventados y carentes de fundamento? ¿O tuviera que explicarles a sus hijos que su padre, aquel que peleó en las islas, fue víctima de una trama discursiva inventada?
Tal vez podamos hacer un ejercicio al respecto invitando al lector a recordar el primer momento en que escuchó el nombre Malvinas: ¿Fue en la escuela? ¿Tal vez en la televisión o la radio? O aún más… ¿En qué contexto lo escuchamos ahora?
Ya hemos oído que las Malvinas son argentinas, que nos pertenecen por estar dentro de nuestra plataforma continental, que las heredamos cuando luchamos contra los españoles, que los ingleses se las apropiaron, que las hemos reclamado permanentemente.
Todos parecen planteos razonables y más o menos indiscutibles, pero si comenzamos a pensar retrospectivamente y buscamos en la Historia los momentos y los hechos en que se basan, el panorama comienza a cambiar su colorido, pasando de blancos y negros a grises extraños.
¿Sería lícito platear que el sentimiento de nuestro pueblo sobre un territorio añorado se basa en una serie concatenada de pequeñas distorsiones? La respuesta que surge luego de una revisión mínimamente seria y documentada dice que sí.
Varios historiadores argentinos han abordado esta temática de formas variadas. Los más serios y honestos hablan de esta cuestión de forma directa a riesgo de ser calificados como traidores a la patria. Los más prudentes se refieren a hallazgos estrictamente documentales mientras que la gran mayoría evita entrar en cualquier discusión al respecto.
Lamentablemente, lo que más abunda es una escritura de la historia que toma el reclamo nacional sobre el archipiélago y aprovecha de forma torpe los subsidios estatales para reproducir el reclamo e historiarlo de manera aparentemente objetiva.

La utilización política del reclamo
No es verdad que siempre hayamos reclamado Malvinas. Así como esta afirmación rescatada por la nueva Historia Oficial, muchas de las cuestiones que se plantean como reclamos soberanos se basan en una serie de historias hilvanadas sin bases documentales o científicas (por no decir falsas).
Unir a los habitantes de la Nación bajo una causa común no es una originalidad nacional ni tampoco una novedad, es una forma de realpolitik bastante dislocada.  Lo indiscutible es que hoy en día tiene sus réditos, así como los tuvo para el gobierno militar de 1982.
La década kirchnerista ha sido prolífera al lograr instalar, mediante negociaciones bilaterales, la cuestión de Malvinas en la agenda internacional: muchos países latinoamericanos y otros de ultramar han manifestado su voluntad de fomentar un diálogo entre Argentina y el Reino Unido.
En el ámbito nacional se ha pasado de sugerir el tema a conminarnos a acompañar el reclamo oficial: han surgido leyes que directamente nos obligan a ser patriotas. Ya no se recurre al sistema educativo, los medios de comunicación y la Constitución Nacional para instaurar el reclamo malvinense; en noviembre se aprobó la ley que obliga a instalar un cartel con la leyenda “Las Malvinas son argentinas” en los subtes, trenes, colectivos y aviones del país (también se colocará en aeropuertos, a la vista de todos los arribos).

La falta de coherencia
En contrapartida, la política efectiva de los últimos años (la real y verdadera) ha cedido, a pesar del reclamo rimbombante, una serie de concesiones económicas importantes a Gran Bretaña.
Basta con hojear el libro “Malvinas, Biografia de la Entrega”, de César Augusto Lerena, para ver cómo el discurso sobre la soberanía de las islas es sólo un discurso: defendemos la soberanía de las Islas pero entregamos nuestro patrimonio a los ingleses. Hablamos en contra del imperialismo pero hacemos leyes a medida de las empresas multinacionales.  Se aprueban leyes entre gallos y medianoche pero muchos proyectos soberanos quedan dormidos en comisiones que nunca se reúnen.
Nuestros políticos se rasgan las vestiduras del reclamo malvinense orientado al habitante de la nación mientras entregan nuestra soberanía pesquera e hidrocarburífera a espaldas de la gente, haciéndola partícipe de un nivel de violencia inusitada que permea las instituciones del Estado y a la sociedad como un todo.

Causa nacional, violencia nacional
Desconociendo las mínimas reglas del decoro diplomático también cometemos, como nación, actos de torpeza que nos hacen pensar seriamente si el objetivo real del reclamo es una simple puesta en escena.
Las observaciones despectivas e insultantes que nuestros representantes realizan públicamente sobre sus pares británicos nos coloca en el incómodo lugar de la vergüenza internacional. 
Los improperios de Timmerman y de la embajadora en Londres Alicia Castro, quien calificó a David Cameron de "tonto, ineficaz y bobo", no dejan bien parado a nuestro país en un contexto en que sus dichos representan, formalmente, la opinión y la política argentina. 
No es serio pensar que insultando a nuestros interlocutores a los ojos de la comunidad internacional tendremos algún tipo de posibilidad real de efectivizar un reclamo soberano sobre el archipiélago.
La política de no diálogo con los kelpers, habitantes fijos de las islas, tampoco contribuye en este sentido, ya que por un lado nos mostramos preocupados por su inclusión nacional, pero por el otro, les negamos la voz en la discusión.
Pero cuestiones aún más desesperanzadoras surgen a la hora de contextualizar el mismo reclamo de Alicia Castro respecto de la discutible provocación de los realizadores del programa Top Gear, quienes recorrieron parte del país con una supuesta patente insultante que hacía referencia al conflicto de 1982, año en el cual formalmente, y según la mirada inglesa, invadimos las islas.
Más allá de que pueda ser cierta la provocación, no es acertado, bajo ningún punto de vista, apedrear y violentar a los supuestos provocadores y, menos aún, expulsarlos. 
Pero lo más extraño es el ADN político presente en las palabras del Secretario de Derechos Humanos de Tierra del Fuego, quien justificó el accionar vandálico de los connacionales diciendo que los ingleses vinieron a provocar.
En este caso el escenario pasa por un represetante formal del Estado Nacional quien en vez de defender los Derechos Humanos justifica la violación de los mismos. 
Casi nadie se percató de esta irresponsabilidad ética, política y ciudadana en la que cayó un supuesto defensor de los derechos de la gente (lo que hace pensar que los de Top Gear no entran en dicha categoría).
Lo peor de todo es que no deja de ser una gota más en el océano violento de falta de respeto que ejercen los representantes del poder ciudadano contra todos aquellos que piensen diferente o no compartan las posturas de los plutócratas que comandan los destinos nacionales.

Reveer el reclamo a la luz de las realidades
A esta altura la cuestión de Malvinas debería ser revisada, al menos, a partir de tres ópticas complementarias:
a)    la pertinencia del reclamo histórico, que debe rever las distorsiones dogmáticas en las que se basa;
b)    la cuestión del derecho internacional basada en una política coherente que defienda la territorialidad más allá de los discursos, y
c)     el respeto total a las investiduras y a los actores que se encuentran involucrados en las negociaciones: los ingleses, los kelpers, las empresas a las que prácticamente les regalamos el patrimonio nacional y el propio pueblo argentino, quien ha sido víctima de todo tipo de construcciones discursivas basadas en tradiciones inventadas.
Pero bueno, esto significaría dejar de mentir y de engañar a la gente, lo cual no parece ir de la mano con los modelos de gestión de nuestra cultura política.


Bruno Sancci