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viernes, 24 de mayo de 2013

Nuevo artículo sobre la capilla de la península de Valdés.

Para acceder al nuevo artículo sobre el descubrimiento de los orígenes de la construcción de la réplica de la capilla del fuere San José en la península, en la que se relata que la misma no es la original del Fuerte, sino que pertenecía a una fortaleza ubicada en Montevideo y en el que se analiza el porqué los planos del fuerte presentados en el Itsmo no son los que corresponden al mismo, sino producto de una confusión histórica, diríjanse al nuevo link: Haga clik aquí

domingo, 14 de abril de 2013


Sobre aguas servidas y epidemias:
cuando la historia vuelve a repetirse.

Cuando acontecen una serie de tragedias tales como la de las últimas inundaciones en la Ciudad de Buenos Aires y La Plata y luego de morir inocentes, se descubren las miserias humanas, los clientelismos, oportunismos políticos y la falta de acciones del poder público; da la sensación de que la historia vuelve a repetirse, aunque pocos se acuerden.  Es en esos momentos que se percibe la ausencia, también, de los historiadores.  Es por ello que el presente artículo no solo pretende informar y establecer algunos paralelismos, sino llamar la atención sobre la ausencia de historiadores comprometidos con el pensamiento crítico.

“Los amagos de fiebre amarilla, las recientes inundaciones, alarmando justamente al pueblo, le han impulsado a dirigir su voz a la Corporación pidiendo se tomen las medidas necesarias y urgentes para remediar los funestos males de que está amenazado, y la Municipalidad fijando la vista en sus arcas, tiene que cruzar los brazos y permanecer impasible y sorda hasta el clamor que hasta a ella llega...” Diario La Prensa, Editorial del 2 de abril de 1870.

Corría el año 1870, cuando el presidente Domingo Faustino Sarmiento, a cargo del ejecutivo nacional, rechazó, conjuntamente con el gobernador de Buenos Aires y quien estaba a cargo del gobierno de la ciudad de Buenos Aires, una serie de medidas tendientes a evitar la propagación de un mal común para aquellos días: la fiebre amarilla
La misma es una enfermedad virósica y contagiosa, transmitida originalmente por la picadura de un mosquito que prolifera en aguas estancadas.  Cuando una persona se encuentra expuesta a la misma, ésta se propaga por contagio a pasos agigantados y en pocos días produce la muerte de casi el 50% de los infectados.
Las condiciones de salubridad de la capital de la Argentina eran bastante lamentables: no existía un sistema ampliado de cloacas y se carecía de agua corriente, por lo que los aljibes se contaminaban con las aguas servidas que se filtraban por las napas, desde los pozos ciegos.  A esto había que agregarle que las heces y la orina no solamente venían del subsuelo, sino que, si uno se descuidaba, podía recibir un baño de aquellos fluidos que los vecinos arrojaban por las ventanas al grito amenazador de “agua va”.  Para peor, el riachuelo se contaminaba continuamente por los residuos de los saladeros. La suma de estos factores permitía tanto la proliferación del mosquito, así como la generación de bajas condiciones higiénicas que debilitaban a la población.
Para fines de enero de 1871 tres personas murieron de fiebre amarilla en el barrio de San Telmo, pero el gobierno, negándose a escuchar a los facultativos que advertían sobre el posible comienzo de una epidemia, desestimó el hecho que había producido las muertes y sin darle importancia mayor al tema, siguió con la organización de los festejos del carnaval.
Con el correr de las semanas los muertos pasaron de 5 a 8 por día, contándose de a decenas para el mes de marzo y centenas en el mes de abril.  El pico máximo llegó a darse entre el 10 y el 14 de abril, llegando a unos 500 por día; el mismo 14 se tuvo que habilitar un nuevo cementerio, ya que no había donde enterrar tantos cadáveres, sería el de la Chacarita.

El Estado y los medios de comunicación
Los representantes del pueblo, entiéndase los diputados y senadores, optaron por tomar medidas rápidas… la mayor parte de ellos salió de la ciudad precipitadamente, así como lo habían hecho el Presidente de la República, sus cinco ministros y los integrantes de la Corte Suprema. 
Como no existían Facebook, Twiter, ni los mensajes de texto, fue la prensa quien convocó a los vecinos de la ciudad.  Fue así como se reunieron unas 8000 personas en lo que hoy es la Plaza de Mayo y decidieron conformar una Comisión Popular que, luego de exigir varios puntos al gobierno se organizó para capear la situación.  Entre ellos se encontraban José Roque Pérez, Adolfo Argerich, Evaristo Carriego, Carlos Guido Spano y Bartolomé Mitre (los dos primeros pagarían con su vida el haber intentado ayudar, mientras que Mitre sobreviviría luego de contraer la enfermedad).
Los poderes del Estado habían abandonado a la población a su suerte, pero la Comisión Popular se organizó para combatir el mal con el apoyo de unos pocos médicos, la policía y la Iglesia local. 
Un papel destacado tuvieron las Hermanitas de la Caridad de San Vicenta de Paul, quienes dejaron sus labores y se dedicaron al cuidado de los enfermos y la atención de los desamparados cuyos familiares habían perecido en la epidemia.  Muchos sacerdotes se destacaron por su labor en tiempos de anticlericalismo, logrando cierto reconocimiento de quienes se oponían al avance de la iglesia. Este fue el caso de las mismas Hermanitas, del cura Eduardo O´Gorman (hermano de Camila O´Gorman) quien fundó el Asilo de Huérfanos y del propio Arzobispo Federico Aneiros, quien enfermó durante los trabajos de ayuda, perdiendo a su hermana y a su madre.

Ricos y pobres.
El gobierno solo prohibió los festejos del carnaval cuando la fiebre amarilla, conocida como “vómito negro”, llegó a los barrios de la gente acaudalada. A pocos les importó cuando comenzaron a morir los inmigrantes y los pocos afroargentinos que quedaban en los conventillos de San Telmo, o cuando a alguien se le ocurrió que la culpa de la epidemia había sido de los inmigrantes italianos y las fuerzas públicas se ensañaban con ellos. 
Cuando la “gente bien” vio la muerte de cerca, en las veredas de sus casas, las autoridades comenzaron a actuar y decretaron los feriados y el cese de las actividades en la Ciudad.
Al mismo tiempo que cercaron Barrio Norte para que no lleguen hasta allí los infectados ni quienes buscaban refugio, entraron en los conventillos con el ánimo de desinfectarlos, quemando los muebles y clausurándolos.  El problema fue que gran cantidad de la gente que los habitaba, en su gran mayoría inmigrantes, ni siquiera hablaba español; es por esto que la entrada por la fuerza de hombres armados, que gritando órdenes incomprensibles arrojaban sus pertenencias al fuego, generó varios desmanes que concluyeron en hechos de violencia entre los que hubo que contar heridos y algunos muertos.
Para peor, la requisa tuvo un efecto desvastador en sanos y enfermos, ya que la gente no solamente perdía todas sus pertenencias, sino que, luego de ver sus casas cerradas y sufriendo el estigma de haber sido los causantes del mal, deambulaban por las calles cerradas sin oportunidad de ganar un salario, mal nutridos, sucios y cayendo como moscas en las veredas, envueltos en vómitos de sangre.

Los aprovechadores
Como en toda desgracia que se precie, hubo todo tipo de clase de gente conviviendo con ella.  Si bien no fue momento de clientelismos políticos ni pecheras partidarias, ya que la mayoría de los políticos en ejercicio de sus funciones huyeron de la ciudad o se refugiaron en los barrios nobles, muchos aprovecharon la coyuntura para ganar unos pesos extras.  Tal fue el caso de los cocheros cuyos servicios fueron requeridos para ayudar en el transporte de los muertos (los 40 coches fúnebres que había no daban abasto), quienes cobraban cifras astronómicas para transportar los ataúdes; o el de quienes vendían las medicinas mínimas necesarias para tratar las sintomatologías de los afectados.
Inclusive, luego de la desgracia, muchos aprovecharon para realizar emprendimientos inmobiliarios fijando precios a partir de la necesidad del prójimo: en una publicidad que salió en el diario La Nación del 4 de marzo de 1871, se vendían terrenos en Floresta "Para pobres y ricos (…) a los que nunca llegarán ni el cólera ni la fiebre amarilla”.
Otros, como el Doctor Ernesto Martín, comenzaron a vender una serie de recetas científicas para superar la fiebre amarilla, como el “Modo sencillo para curarse a uno mismo”, por el valor de 5 pesos.

Aprendizaje
Luego de acabada la epidemia, el saldo contabilizado fue de aproximadamente 14.500 muertos sobre una población total (estimada) de 180.000 habitantes.  Un par de años después, se comenzaron a realizar obras de saneamiento en la ciudad: agua, cloacas, empedrado, un puerto moderno, iluminación, teléfono, tranvías y otras. 
Ya se podía comenzar a descansar en paz, porque el Estado se había hecho cargo de lo necesario y los políticos probablemente habían aprendido de las advertencias de la prensa, los profesionales y la misma desgracia.  Seguramente el futuro no permitiría que se vuelvan a vivir epidemias ni inundaciones.